viernes, 22 de noviembre de 2013

El regreso II: un ángel checo llamado Jaroslav

Mediante gestos y algunas palabras en polaco (que creo que es parecido al checo), le dije que me llamaba Nico, nombre que no se le olvidó, y él tuvo que repetir Jaroslav un par de veces para que a mí me quedara claro el suyo. Empezamos a tirar, intentando conversar, pero no llegábamos a entendernos, así que me limité a cruzarme de brazos y escuchar el CD de música checa que tenía mi conductor. A los pocos minutos Jaroslav gritó: ¡¡¡NICO!!! Sobresaltado le miré y dijo "bla, bla, bla", a la vez que me hacía gestos como indicándome que le contara algo. Intenté hablar en inglés. Él me contestó algo en checo. Chapurreé algo de polaco. Hizo un gesto como diciendo "bah, no hace falta ni que te esfuerces", así que volví a mi postura inicial. Pero a los 15 minutos o así otro grito y la misma historia. Eso se repitió varias veces, y todo lo que conseguí contestarle fue que soy de Barcelona, que estoy de Erasmus en Wroclaw (esta parte no estoy muy seguro de si la entendió...) y que mis padres se llaman Enric y Maria y viven en España. Al rato de estar conduciendo paró en un descampado para bajar a hacer sus necesidades (tengo que aclarar que en muchos países de la zona, los baños públicos son de pago, y el amigo tenía que mear a menudo. Pero no os preocupéis, sólo os contaré la primera vez porque me impactó; el resto fueron igual). Como decía, pues, bajó y me dejó en el coche CON LAS LLAVES PUESTAS Y EL COCHE EN MARCHA! Cuando le cuentas a la gente que harás autostop, por lo general imaginan lo peor: a ver si te van a secuestrar, si no te va a coger nadie y morirás de frío en cualquier carretera... ¿Por qué cuesta tanto aceptar que la gente no es mala? ¿Por qué seguimos desconfiando de nuestros hermanos? Jaroslav apenas sabía nada de mí, no me entendía cuando hablaba y yo no le entendía a él, y sin embargo se fiaba de mí. Dudo que en ningún momento pensara que podía cambiarme de asiento y robarle el coche, porque es algo que él no haría. Mi padre me enseñó hace tiempo que sólo piensas que te pueden hacer lo que tú también harías: si piensas que te robarán, es porque tú lo harías; si prestas dinero y piensas que no te lo devolverán, es porque tú no lo devolverías... Y en muchos aspectos, Jaroslav me recordaba a mi padre.
Sigamos. Después de hacer lo suyo, Jaroslav se metió de nuevo en el coche, y tras otro intento fallido de conversación, me dijo que durmiera un rato, y así lo hice. El viaje fue transcurriendo con normalidad hasta que llegamos a un pueblecito a unos 100 km de Frankfurt llamado Kamp-Bornhofen, donde paró el coche en lo que parecía un parking particular y me indicó que me bajara. Nos metimos en una casa, donde nos recibió otro señor mayor, que se puso a hablar amigablemente en alemán con Jaroslav. Nos llevó a su patio (muy bonito, pero poco cuidado...), y nos metimos en una barraquita que me recordaba a la que tiene mi abuelo en su viñedo: lleno de herramientas sin orden aparente, sucia... y llena de pájaros (eso no está en la de mi abuelo). Jaroslav se puso a mirar los pájaros con atención y escogió 5. Después de hacer cuentas en un pedazo de papel que encontró por allí, los dos hombres acordaron que 300€ por los 5 pájaros era una buena cantidad. Jaroslav dio el dinero al señor, metió los pájaros en una caja y salimos de la barraca. Al volver a entrar en casa, Jaroslav se quitó las botas y me indicó que hiciera lo mismo, cosa que hice, y le seguí al salón, donde el señor nos sirvió café y rebanadas de pan con salami y jamón (ahumado...). Nuestro anfitrión se puso a hablar en alemán con Jaroslav, y supongo que éste le dijo que ni lo intentara conmigo, porque no lo hizo. Después de la merienda nos calzamos y volvimos al coche con los pájaros, que metió en el maletero, donde pude ver que ya tenía otra caja con a saber cuántos pájaros más.
Reanudamos nuestro camino, y en una hora aproximadamente ya estábamos en Frankfurt. Me daba penita despedirme de Jaroslav, pero le dije que me dejara en cualquier gasolinera, porque también echaba de menos un poco de conversación con alguien que entendiera mi idioma... Y problemas otra vez. Empezó a preguntarme dónde estaba mi hotel. "Hotel?", decía él. "No hotel", decía yo, "gas station". Y Jaroslav movía la cabeza diciendo que no. Y volvía a insistir con lo del hotel, y me hacía gestos como que tenía que dormir. Intenté explicarle que quería para en una gasolinera para montarme en otro coche y, si Dios quiere, dormir en Polonia. Hablando, hablando, dejamos atrás Frankfurt. Me señaló y dijo "Praha". Y se acabó la discusión. Tampoco era un mal plan: la República Checa está debajo de Polonia, y Wroclaw está al sur, así que podía reajustar mis planes. 
Seguimos tirando, y pasamos Würzburg (donde estuve tentado de decirle que parara porque tengo un amigo de Erasmus...), Nüremberg, y seguíamos tirando. Yo seguía llevando mis sándwiches en el bolsillo del abrigo, y empezaba a ser hora de cenar, así que los saqué. Jaroslav me miró y me dijo que lo guardara otra vez. Pensé que no quería que comiera en su coche (aunque no estaba precisamente limpio, que digamos...). Paró en otro descampado, regó el césped, cogió una bolsa de la parte de atrás del coche y sacó dos sándwiches: me ofreció uno y empezó a comer el otro. Le dije que tenía los míos e insistió en que comiera su bocadillo, así que me lo comí. Cuando terminamos, sacó otros dos, y se repitió la misma escena, aunque esa vez insistí un poco más en que yo ya tenía comida, y se puso a gritar en checo, así que al final me comí la mitad de su cena. Me ofreció agua y reanudamos la marcha sin más problemas. A eso de las 12 de la noche paró en una estación de servició y me dijo que necesitaba dormir. Dejó el aire funcionando para no morirnos de frío, sacó una almohada grande, me miró y me la ofreció. Luego sacó otra pequeñita para él y una manta suficientemente grande para taparnos a los dos. Reclinamos los asientos y dormimos durante una hora y media.
Este era el plan inicial. Como podéis ver, no tardé mucho en cambiar...
Cuando nos despertamos me volvió a preguntar si mi destino final era Wroclaw. Le respondí que sí y consultó la ruta desde Praga en su GPS. En ese momento un pensamiento cruzó mi mente: Jaroslav es mi ángel de la guarda y me va a llevar a Wroclaw. Pero no, sólo quería decirme los kilómetros que me faltarían... A eso de las 3 de la mañana me dejó en una estación de servicio a unos 30 km de Praga, me dijo que él vivía bastante más lejos, me pidió mi correo electrónico y ya no he vuelto a saber más de Jaroslav. Ojalá algún día reciba un correo suyo...

Y una vez más, tengo que dejar el final para otro día. Espero terminar la historia mañana o el domingo (ya queda poco...).

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