martes, 25 de septiembre de 2012

Va de caballos...

Ahora sí que se han acabado las vacaciones. Ayer empecé las clases y ya he tenido la "presentación" de todas las asignaturas de este primer cuatrimestre, o sea que mañana empieza 3º...
Sin embargo, para dar por definitivamente cerradas las vacaciones me veo obligado a contar el último día en Kenya, que no empezó muy bien...

Mònica, Íñigo, Joana, Ferran y yo habíamos pensado en ir a dar una vuelta en caballo mientras los demás se esperaban por ahí, pero la lluvia amenazaba con estropearnos el plan. Después de discutirlo un rato, decidimos que sí se podía salir. Nos asignaron un caballo a cada uno y se vino un guía autóctono con nosotros. Nada más salir el caballo de Íñigo ya empezó a demostrar que no le gustaba mucho cargar con gente, y llevar un caballo sin jinete siguiéndonos no nos tranquilizaba. El guía intentó, sin éxito, llevarse el caballo solitario de vuelta a casa, pero al no conseguirlo nos dijo que no había problema. Ok.
El paseo me parecía monótono, porque no era capaz de hacerme obedecer por mi caballo. Él se limitaba a hacer lo mismo que el que tenía delante: si el primero iba al paso, el mío iba al paso; si el primero trotaba, el mío trotaba, pero yo no controlaba nada. Todo parecía muy tranquilo y aburrido hasta que en una de estas pequeñas arrancadas de los caballos delanteros, el caballo solitario decidió irse galopando. Esto enloqueció al caballo de Íñigo, quien salió despedido por delante del caballo, dejando parte de su espalda en el terreno. Joana (dejadme recordaros que sólo tiene 7 años) y su caballo se asustaron y reaccionaron de formas distintas: el caballo quiso irse al galope, y mi sobrina empezó a llorar, se le salió un pie del estribo, empezó a caerse, pero siguió agarrada a las riendas hasta que se vio encima de un poquito de hierba, donde se dejó caer sin hacerse demasiado daño. Mientras pasaba todo esto, los demás caballos también se habían puesto a galopar, pero se calmaron al cabo de poco. Nos reunimos todos para decidir cómo volvíamos (había más gente que caballos en ese momento), y lo primero que decidió el guía fue que había que coger el caballo solitario para que no nos diera más problemas. Evidentemente, el caballo en cuestión no estaba de acuerdo con esto, y en cuanto vio que se le acercaba el kenyata, se piró galopando, seguido del caballo del guía (sin el guía), el mío, el de Ferran y el de Mònica (estos tres con los respectivos jinetes encima del caballo). Mònica enseguida consiguió dominar a su caballo y evitar que se fuera por ahí como un loco; Ferran, en cuanto vio que no podía con el suyo, saltó del caballo y cayó de pie, sin hacerse ni un rasguño; yo, que no veía lo que hacían mis hermanos porque iba al frente de la "expedición", estaba cagado de miedo. Me podía mantener encima del caballo, pero no sabía hacia dónde se dirigía, y me preocupaba encontrarme perdido en medio de un bosque de Kenya, así que, antes de que fuera demasiado tarde, salté con menos habilidad que mi hermano y caí sobre mi brazo. Al cabo de poco encontré a mi hermana (que fue la única que siguió con el caballo al llegar de nuevo a la finca) y nos fuimos con los demás.

De momento lo dejo aquí, y el jueves termino, lo prometo. Sólo quiero dejaros con una frase que nos dijo un escocés amigo de la familia que regentaba el sitio en el que nos alojábamos cuando le comentamos nuestra idea de irnos a caballo: "los caballos muerden por delante, dan patadas por detrás y son incómodos por el centro". Definitivamente, ese tío sabía de lo que hablaba...
(Lo siento, pero no tengo fotos de ese último día...)

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajjajajjajaja quines aventures...!!