domingo, 13 de abril de 2014

El poder de una sonrisa

Cada vez escribo menos, lo reconozco. Y no es por falta de material. Cada vez le estoy cogiendo más gusto a vivir aquí, y voy encontrando más y más actividades en las que emplear mi tiempo, que me hacen sentir un poco menos culpable por estar de "vacaciones" a costa de los impuestos de todos los españoles. Tampoco es por falta de tiempo, pues aunque, como digo, ahora hago bastantes más actividades que en el primer cuatrimestre, me sigue sobrando mucho tiempo a lo largo del día. Supongo que es sencillamente por falta de motivación. En un par de meses hará 4 años que empecé el blog, y creo que con el tiempo esto terminará muriendo... Sin embargo, de esto no es de lo que quería hablar hoy.

Una de las cosas que más me cuestan en mi vida en Polonia, es lidiar con la frialdad de la gente. A pesar de lo que pueda decir la gente (y de lo que se pueda extrapolar por mis escritos en el blog), yo me considero una persona alegre, amigable, con una sonrisa permanente en los labios (vale, aquí me he pasado...), y aquí en Polonia la gente parece que siempre esté enfadada. Vas a recepción, y con la mayor de tus sonrisas dices dzień dobry (que significa "buenos días") y por la cara que te ponen parece que les acabas de desear la muerte de todos sus familiares. Algo parecido pasa en los bares, en el supermercado, en las tiendas o en la calle. Cedes el asiento a una persona mayor en el bus o mantienes la puerta de la cafetería abierta para que entre alguien antes que tú, y no sólo no te dan las gracias. No. Ni siquiera se limitan a mirarte y esbozar una sonrisa. Nada. Parece que sus corazones sean de piedra, y que no sean capaces de transmitir ningún sentimiento a sus facciones.
Sin embargo, no todos los polacos son así. También los hay que se esfuerzan en ser más simpáticos, que ven que eres extranjero y te sonríen al ver el esfuerzo que haces por chapurrear un idioma que ellos mismos no son capaces de dominar hasta que alcanzan los 16 años; que te ven perdido en una tienda y se ofrecen a ayudarte a encontrar lo que necesitas sin necesidad de que se lo pidas; que te observan día tras día en la iglesia haciendo esfuerzos sobrehumanos por no dormirte durante los largos sermones de un cura que tiene medio pie en la otra vida y a la semana siguiente se sientan a tu lado y te intentan traducir las palabras del sacerdote, para que puedas aprovechar bien esos interesantes discursos...
Hoy, mientras volvía de la iglesia, he adelantado a una pareja de señoras que podrían haber sido mi madre y mi abuela por la edad que aparentaban. "¿Cómo estás?", he escuchado. No he podido evitar volverme, sonriendo. La mujer más joven me dice algo así como "yo he trabajando dos años a España". El resto del camino lo he hecho con ellas, hablando medio en español, medio en inglés (durante los cuales la mujer joven me ha dicho "mi corazón, tú español", queriendo decir que algo en su interior le ha dicho que soy español), sin que la señora mayor se enterara absolutamente de nada. Pero sonreía. Cuando nos hemos despedido, la mujer mayor ha caído en que no habíamos dicho cómo nos llamábamos, así que he preguntado y yo, aprovechando el poco polaco que sé, le he contestado "mam na imię Nico", y le he ofrecido la mano (porque aquí lo de los dos besos no se lleva...), que la mujer ha estrechado entre las suyas con una felicidad en la cara que daba gusto de ver. Es un pequeño detalle, que seguramente no significa nada para muchos, pero que a mí me da ánimos para seguir aquí, un país tan cercano al nuestro, y sin embargo tan diferente...


¿Es tan difícil sonreír? ¿No sería mucho más fácil todo si fuéramos más simpáticos y menos desconfiados? En fin, espero ir contando más cosas de la buena gente que he conocido aquí en Polonia en estas últimas semanas, que están siendo las mejores desde que llegué.

1 comentario:

Ferran dijo...

Vaja, sembla que m'hagis estat espiant, aquests darrers dies! Gràcies per la lliçó!